
Cuando las vacas se hartaron de que les enchufaran a los ordeñadores durante horas y horas. De que les hicieran rotar a turnos para que nunca hubiera tiempo sin vaca disponible. De que les endiñaran un dispositivo localizador por el culo para tenerlas siempre a tiro de piedra por si había una emergencia láctica. De que les racanearan los fardos de paja y el agua del abrevadero fuera marrón. Y de que las llevaran de granja en granja para suplir las carencias productivas de unos y otros centros lácticos, se juntaron y discutieron la manera de plantarle al granjero una queja formal en medio el sambrao.
Pero en eso estaban, cuando trajeron toda una manada de nuevas vacas que no sabían ni lo que era un ordeñador y el granjero las puso para crianza, con grandes fardos de comida, paseos por el campo al aire libre, masajes en las ubres, cepillados de pelo matutinos, pulido de astas a cargo de un cuernocura profesional y agua de vichí en el abrevadero.
Y entonces, lo que iba a ser una charla cordial con un granjero que por dejadez había convertido en complejas unas condiciones ya de por sí bestiales, se convirtió en una estampida con mugidos, cornadas y aplastamiento de pezuñas.
El granjero trató de capear las embestidas cual torero ofreciendo paja y poco más. Pero una vaca cabreada es un peligro en potencia. No es buena idea seguir tocándole las ubres.
(Continuará)
7/3/08
Rebelión en la granja: vacas en pié de guerra
Publicado por La Cuestión Mu en 13:35
Etiquetas: Mueces, Por quejarse que no quede
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1 comentarios:
Coñé! Pues sí que te va estupendo en la granja de ordeñadores...
((Anónimo identificado como: Chus Cocinitas))
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