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Hacía horas que la lluvia tamborileaba en la madera y la piedra llenando el cielo gris de la mañana de caprichosos velos entre los edificios del palacio cuando el corpulento soldado empezó a correr por el camino de rocas entre el verde del jardín hasta el cobertizo, oscilando como una barrica llena de aceite. Llevaba algo bajo el brazo derecho. Llegó hasta el puesto de guardia bajo el alero del viejo casetón de madera oscura y saludó al compañero que se acurrucaba con cara de sueño en un pequeño taburete. Sacudió el empapado capote de paja de un par de golpes secos con la palma de su gruesa mano y desató el ancho sombrero cónico, dejándolo gotear hacia un lado sobre la hierba.
– ¿Qué tal la noche? –dijo al subir los peldaños del porche que se lamentaron con viejos crujido.
– Como siempre –le contestó el hombre desperezándose en su asiento junto a la portezuela y estirando las extremidades en un bostezo. Se frotó los brazos cortos, nudosos, apenas cubiertos por el lino azulado de la chaqueta de guardia mientras miraba al cielo plomizo–. Menudo amanecer. Tú has sido listo –le dijo con una sonrisa algo pálida señalando el capote.
Él hizo una mueca de asco mientras dejaba en el suelo el cuenco que traía bajo el brazo. La tapa apenas ajustaba y se miraba para asegurarse de que no se había manchado la chaqueta. Desató la capa de hebras de paja retorcidas, se la quitó de los hombros y la puso a escurrir al borde del porche.
– No me hace falta, yo soy fuerte –dijo palmeando su panza con una risotada que hizo oscilar el sable de su cintura–, pero no me gusta mojarme.
Su menudo compañero se limitó a sonreír y atusarse la coleta alta sobre su cabeza meticulosamente afeitada.
– Bueno, me vuelvo a la caserna chico –cogió un sable de empuñadura trenzada en añil y sin sageo, que había pasado la noche apoyado contra la misma pared de madera que él.
– Yo le daré a éste su comida.
Mientras su menudo compañero se levantaba del taburete y estiraba las piernas por el porche mirándole de reojo, se agachó junto a la pequeña portezuela de apenas medio cuerpo y golpeó con fuerza varias veces.
– Tú. ¡Eh tú! Hora del rancho.
Levantó el cierre de metal y corrió la puerta. Empujó el cuenco dentro sin miramientos derramando la mitad de la poca sopa de miso que quedaba. Se mojó el dedo gordo. Se puso en pié de nuevo olisqueándoselo mientras caminaba hacia el borde del porche. Al lamerlo, escupió con una mueca.
– No dejes la puerta abierta –le advirtió el compañero desde las escaleras metiendo los brazos mangas adentro para cruzarlos bajo la chaqueta. Ya llevaba el sable al cinto.
– Tranquilo, no voy a dejar que este sarnoso escape –sonrió–. Además, está dormido.
– No me preocupa que escape. Sino que te coja, chico.
Una sonora carcajada escapó de su pecho. Toda su corpulencia temblaba de risa cuando un borrón oscuro estalló contra su boca salpicando de sangre sopa y dientes la madera del porche. Cuando recobró el sentido, estaba tirado en el césped delante del porche y la lluvia le empezaba a calar. Se incorporó y vio de nuevo a su compañero de pié en las escaleras al borde del alero. Le manaba sangre de las encías abiertas y le dolía la espalda. Entre el césped había piedras grandes.
– No es un animal –dijo el veterano con una sonrisa mientras bajaba el último escalón y pasaba ante él por el camino de piedra. La voz de aquel hombre se mezclaba con el repicar de la lluvia sobre su cabezota mientras le veía alejarse sin mirar atrás–. Tranquilo, he cerrado yo. No se ha molestado en salir. Voy a la caserna a pedir que te visite el médico de la guardia. Intenta ponerte algo en la boca para que deje de sangrar, que no tardará en venir. Y no hagas nada más, novato. Por tu bien.
Lo vio desaparecer por el camino tras un viso blanco de agua fría. Se puso en pié. Los nudillos apretados. La guerrera y el obi retorcidos y oliendo a miso. La sangre chorreando mezclada con el agua por su pecho hasta su panza descubierta. En el suelo del porche, un cuenco de madera vieja, astillado y roto en dos trozos desiguales yacía en medio de un salpicón de sangre. Su sangre. Y dientes. Solo un par.
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10/12/07
NOBUHIRO IV
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